Este blog nace como un punto de encuentro y red de asociados y simpatizantes de Valencia a Ciutadans de Catalunya, invitando a los del resto de España y Europa a participar en él. CIUDADANOS LIBRES no es una estructura orgánica de Ciutadans ni representa a esa organización, sino que es una plataforma de difusión de CdC y canalización de apoyos a esa iniciativa y a todas las que luchan por la libertad de expresión, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la garantía en el ejercicio cotidiano de sus derechos.

Nuestro objetivo es contribuir a recuperar una normalidad y pluralidad democrática hoy alterada por el auge de los nacionalismos excluyentes y su dominio de la vida y opinión públicas, que nos permita invertir la actual miseria de la política para poder dedicarnos a ella. Luchar contra la confusión interesada entre tribu y modernidad es nuestro primer objetivo. Y recordar la riqueza de la diversidad social y la soberanía del ciudadano frente a la mezquindad de la nación como ficción.

El Manifiesto que aparece en este Blog -más abajo y en varios idiomas- es nuestro origen y reclamo de adhesiones al proyecto político de Ciutadans, en la aventura común de contribuir a recuperar la libertad y la dignidad como ciudadanos.

miércoles, marzo 08, 2006

Del nacionalismo, lo políticamente correcto y otras yerbas

Durante la Transición se consagró como dogma de fe un sofisma basado en la ecuación con los términos nacionalismo y progresismo a sendos lados del signo igual. En paralelo, se difundió la especie de que a las reivindicaciones periféricas se oponía un rancio nacionalismo español de extracción -por supuesto- reaccionaria. Muchos nos preguntamos, sin atrevernos a negar la mayor y con franca ingenuidad, dónde reside éste. ¿En la adopción del toro de Osborne como distintivo? Los españoles (y entienda cada cual el gentilicio como quiera) somos poco dados a envolvernos en banderas y a efusiones semejantes. Seguimos, por el contrario, inmersos en la Leyenda Negra y en el papanatismo de pensar que todo lo que viene allende los Pirineos es mejor que lo de acá.
Precisamente por eso me felicito de que no hubiera rasgadura generalizada de vestimentas con la salida de tono de Rubianes. Vale que la cosa tenía poca gracia pero era tan sólo un gesto hacia la galería, una boutade que rezumaba clientelismo y que no valía ni un segundo en meditar respuestas. ¿Quién no recuerda el revuelo que se organizaba en Cataluña cada vez que alguien se metía con Pujol? ¿Y el cisco que se montó aquella vez que, en un sainete televisivo, de la mano de Boadella, bajó el Honorable al vestuario del Barça con la imagen de la Moreneta? A los nacionalistas les falta sentido del humor, se toman el tema demasiado a pecho y se escandalizan a la mínima. Convierten lo suyo en una religión y reaccionan con histeria y fiereza ante cualquier objeto que roce su fina piel. Además, igual que les pasa a algunos ateos que hacen proselitismo de su descreimiento y que son los más preocupados por la existencia de Dios, andan éstos siempre a vueltas con el Estado. El resto (creyentes de variado signo, con fervor o indiferencia, ateos menos entusiastas y agnósticos en general) simplemente convivimos con Él, con él, o sin Él. Hay que laicizar la política y vacunarse contra semejantes excesos. Amin Maalouf, en su demoledor ensayo Identidades asesinas, desmenuza el método de cómo el ideario (o el origen) puede convertirse en un catecismo.
Lo de la nación es un debate de larga trayectoria. Respecto a Euskadi -contaba Juaristi en El Bucle Melancólico- el concepto fue verbalizado por Gudari del siguiente modo: “La reclamación nacionalista al Estado español de una soberanía arrebatada por la fuerza implica reconocer la legalidad de dicho Estado. La libertad no se pide, se conquista, y más importante que todos los precedentes históricos, si los hubiere, es la voluntad de constituirse en nación.” La cuestión esta clara: se trata, básicamente, del método recogenueces que teorizó, sin vergüenza, Arzalluz, el eterno avinagrado, uno de los grandes odiólogos del vasquismo reciente.
El nacionalismo ha acabado por integrarse en el libro de estilo, en el protocolo de actuación, en el código de conducta de lo políticamente correcto. Los que vivimos en alguna de sus áreas de influencia sabemos cómo funciona el mecanismo. Su éxito radica en la capacidad de penetrar, de forma subrepticia, todos los ámbitos sociales, de impregnar cualquier corriente de pensamiento. Informa transversalmente (perdón por el adverbio) movimientos e ideologías y obliga a derecha e izquierda, a güelfos y gibelinos. Aunque a unos más que a otros. Tanto es así que, en determinados lugares, de forma “natural” y acrítica, todo bicho viviente es, en distintas dosis, nacionalista, o al menos nadie osa declararse nítidamente en contra. He ahí la prueba irrefutable de cómo se ha incorporado al bloque normativo de la corrección política.
Lo políticamente correcto constituye una forma de parapetarse tras una neutralidad cómoda y etérea, de buscar una equidistancia amorfa. Pero si lo mejor es enemigo de lo bueno, aquí lo correcto es incompatible con lo excelente y se contiene en los límites de lo ordinario, de lo mediocre. En vista del panorama, temiendo lo que se le venía encima con tanta incuria lingüística, al bueno de Lázaro Carreter, a quien Zapatero nombró miembro de su equipo de notables para preparar el asalto al poder, debió darle un jamacuco. Según tengo entendido (y no pueden caber dudas sobre una persona de su fuste intelectual) le sacaban de quicio esas estupideces de “compañeras y compañeros” u otras de tal jaez. No digo ya lo de “jóvenes y jóvenas”. Sólo son cacofonías denostadas por cualquiera con algo de sensibilidad. Venga personos y personas a inventar palabros, sustantivos y sustantivas, o sustantives, y conjugaciones neutres. Pero si malo es lo de la barra con los dos morfemas de género, peor todavía es lo de la arroba. Se podía pronunciar con una inflexión de la voz o entonación peculiar; por ejemplo, un sonido retronasal que diría un catavinos. La moda sólo es parangonable con el gesto horroroso del entrecomillado al que se pretende dar un matiz irónico o cualquier doble sentido, y donde la expresión oral viene acompañada de la imitación visual de las comillas: levantados los dedos índice y medio de las dos manos y flexionándolos, con ligero aleteo, desde ambos lados del colodrillo. Y es que todo, el nacionalismo, lo políticamente correcto, la sandez institucionalizada, es acostumbrarse.
Hace unos ocho años le dejé a un amigo un ejemplar de la revista Ajoblanco en el que dialogaban sobre la necesidad de desacralizar la política, en lo tocante al nacionalismo, Arcadi Espada y Jon Juaristi. Un delicioso artículo que ya no volvió a mi poder, lo mismo que una carta (creo que anterior incluso) de Javier Marías al director de El País sobre el sexismo en el lenguaje. Esas cosas que se prestan y no te las devuelven. ¡Ay que ver cómo es la peña! Ya sé que negarse a prestar algo es políticamente incorrecto (o impolíticamente correcto o como coño se diga) pero, qué quieren, ya me estoy cansando... Dita sea. A la próxima, fotocopias.