Este blog nace como un punto de encuentro y red de asociados y simpatizantes de Valencia a Ciutadans de Catalunya, invitando a los del resto de España y Europa a participar en él. CIUDADANOS LIBRES no es una estructura orgánica de Ciutadans ni representa a esa organización, sino que es una plataforma de difusión de CdC y canalización de apoyos a esa iniciativa y a todas las que luchan por la libertad de expresión, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la garantía en el ejercicio cotidiano de sus derechos.

Nuestro objetivo es contribuir a recuperar una normalidad y pluralidad democrática hoy alterada por el auge de los nacionalismos excluyentes y su dominio de la vida y opinión públicas, que nos permita invertir la actual miseria de la política para poder dedicarnos a ella. Luchar contra la confusión interesada entre tribu y modernidad es nuestro primer objetivo. Y recordar la riqueza de la diversidad social y la soberanía del ciudadano frente a la mezquindad de la nación como ficción.

El Manifiesto que aparece en este Blog -más abajo y en varios idiomas- es nuestro origen y reclamo de adhesiones al proyecto político de Ciutadans, en la aventura común de contribuir a recuperar la libertad y la dignidad como ciudadanos.

jueves, junio 15, 2006

La importancia del NO en el referéndum.


¿Hace falta un mínimo de ‘noes’ para que el ciudadano sobreviva con alegría al poder unánime y a la nación uniforme como tapadera de su libertad?

Supongamos que en Cataluña existe una sociedad diversa y compleja, pero que el pluralismo político se ha visto reducido no por falta de partidos, sino por la colusión de intereses entre los mayoritarios, tanto los del gobierno autonómico como el de refresco (CiU) Ese paisaje político unánime se ha traducido en una cultura política uniforme y gris, impuesta unilateralmente desde las instituciones, tanto de gobierno como de sus apoyos económicos, mediáticos y ciudadanos, activos o condescendientes. La unanimidad del cuatripartito quiere que la sociedad catalana sea uniforme y lo declara en el Preámbulo del Estatuto que se vota el próximo domingo: “el parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como Nación.”

Por lo tanto, está en juego mucho más que una reforma administrativa de competencias o un nuevo modelo de organización territorial del poder. Está en juego la misma ciudadanía, la diversidad de la vida cotidiana en sus ámbitos públicos de actuación, el institucional, laboral, cultural. Hay dos ámbitos principales de intervención pública y de relación del ciudadano, el social y el parlamentario / político profesional. En ambos se debaten asuntos políticos y existe una diversidad política en el campo social que hoy no tiene correlato en el parlamentario.

El cuerpo social transfiere la decisión política al parlamentario (o político profesional) mediante el voto, pudiendo rescindirle el contrato (o mejor, cambiar de contratista) si éste último se apropia indebidamente de él. Esto es lo que ha sucedido en la vida pública catalana. La casi unanimidad parlamentaria catalana en el proyecto de reforma del Estatuto ha decretado la uniformidad social. En ese diktat está el robo de la libertad y de la capacidad de crítica al poder por parte del ciudadano.

Unanimidad política no es uniformidad social. En esa identificación hay un sesgo dictatorial: la unanimidad parlamentaria pretende definir la uniformidad social, con lo que a la sociedad no le queda más salida que impugnar tal supuesta correlación votando en contra no sólo del Estatuto, sino también de la transferencia vitalicia de su capacidad de decisión al político. Es decir, pidiendo que la clase política catalana, convertida en oligarquía en este momento histórico, devuelva la soberanía cultural –o sea, de la vida cotidiana- a la sociedad, ya que esa cultura política es común y compleja por naturaleza o no es. Una cadena de transmisión sociedad – clase política – cultura política, que hay que romper con el voto y con actos políticos (CdC partido político, por ejemplo) que recuperen el pluralismo en esos distintos ámbitos.

Para romper ese fatalismo idílico al que nos quieren condenar vendiéndonos el Estatuto como bueno para Cataluña, hay que conseguir en el referéndum un % de voto contrario suficientemente significativo. Una masa crítica que permita sobrevivir a su vigencia y aplicación y que sirva para impugnar la uniformidad social y cultural que los nuevos oligarcas se encargarán de recordarnos a diario. Para que no puedan decir "ya no es sólo el Parlamento catalán; ahora es el pueblo". O sea, una masa crítica contra el Pueblo como excusa de dominio.

El último factor para comprobar si la sociedad catalana es efectivamente diversa es la abstención, la posible indiferencia en forma de abstención alta. La indiferencia es una forma pasiva, o inversa, de uniformidad social. Veremos qué sucede el día 18.

sábado, junio 10, 2006

Montenegro no es más libre

(El Lissitsky)

En su artículo sobre
‘Cataluña libre’ (El País, 27 de mayo de 2006), J.M. Colomer consigue demostrar lo contrario de lo que pretende (o las ‘mentiras condensadas’):

1. Afirmación: “La proliferación de países independientes en Europa y en el mundo es un éxito de las nuevas oportunidades de gobierno democrático” Refutación: Los nuevos países independientes en Europa no surgen de un proceso democrático sino de la desintegración de la Unión Soviética, de Yugoslavia o por colusión de intereses estratégicos y económicos de los grandes Estados de la UE y con la tutela de ésta: Macedonia, Montenegro ahora, Kosovo pronto. Chequia y Eslovaquia son el único caso mixto de separación por consenso de sus gobernantes, más que de sus poblaciones, e interés geoestratégico tanto de la UE –en particular, Alemania- como de Hungría y sus vecinos eslavos, y de Rusia. Es, por tanto, una proliferación de estados independientes que nada tiene que ver con la democracia. Letonia, Bielorrusia, Moldavia son estados con menor libertad –y menos expectativas de conseguirla- para sus ciudadanos que en la última época de Gorbachov.

2. Afirmación: “En los grandes Estados, si son democráticos, en el mejor de los casos gobierna una mayoría” Refutación: Si no gobierna una mayoría, aunque sea minoritaria, no es democrático el Estado en cuestión. Aquí se le nota la prisa en formular la premisa para llegar a la conclusión siguiente:

(EL Lissitsky, 'Worker and peasant', Photocollage. 1931)

3. Afirmación “Pero con la creación de las nuevas unidades políticas, las minorías estatales pueden convertirse en mayorías locales, de modo que aumenta el número total de individuos cuyas preferencias coinciden con las de su gobierno” Refutación: la ciudadanía política se cumple más cuando el gobierno coincide (representa) con las preferencias de los individuos que a la inversa. La diversidad se reduce cuanto mayor sea la comunión de la ciudadanía con los gobiernos, siempre que esa comunión derive de que la oferta política del gobierno aspirante a la independencia genera la demanda de unidad cultural y social de la mayoría de los ciudadanos. Es el caso catalán.

La tesis de Colomer demuestra que la creación de esas nuevas unidades políticas es inducida por los gobiernos locales en función de sus intereses y con ambición de formar estados menores para librarse del control estatal. El actual monolitismo político y cultural de Cataluña demuestra esa inducción, ya que la sociedad –los ciudadanos- es diversa por naturaleza. Los Estados mafia de Montenegro, Macedonia, Bielorrusia y Moldavia demuestran el verdadero origen e interés de las élites promotoras de la independencia. La supresión de derechos ciudadanos a la población de origen ruso en Letonia (45%) es una prueba más de limitación de la participación democrática de los ciudadanos, y no de aumento.

(Code and image from "Two Squares" computer 'animation' influenced by El Lissitsky, 1987)

4. Afirmación: “Las nuevas oportunidades de autogobierno democrático de las comunidades pequeñas se derivan sobre todo de los grandes mercados y los bienes públicos de gran escala provistos por los amplios acuerdos comerciales y militares internacionales y las unidades de tamaño imperial como la Unión Europea, las cuales convierten a los estados tradicionales en menos necesarios y más engorrosos.” Refutación: en economía el tamaño sí importa; sin masa crítica suficiente las comunidades pequeñas no son atractivas ni viables para las inversiones decididas por “los grandes mercados”.

Especialmente para los bienes públicos de gran escala, que son provistos a los grandes Estados quedando los idílicos pequeños como estaciones de paso. Energía y mercados financieros lo demuestran. Sucede a escala micro (pymes-grandes empresas) y entre países. La capacidad de atraer inversión exterior por parte de una comunidad pequeña es mayor si pertenece a un Estado grande debido al multiplicador de infraestructuras, mercado y seguridad jurídica que proporciona el Estado-nación clásico, lo cual es mucho menos engorroso para los grandes agentes económicos internacionales. El tamaño y la incertidumbre legal, cuando no la inestabilidad política, de los nuevos países pequeños aleja al dinero.

Del mismo modo que la gigantesca falta de ortografía que comete Colomer al escribir Cataluña como Montenegro aleja la verdad del lector.

Antifranquistas vitalicios

(Michael Hasband, 'Blue Man Group', 1991)

“Recuerdo que en mis gloriosos tiempos de heroico luchador antifranquista (ahí queda eso)...” (artículo de Vicente Jarque, ‘Levante’, 19 mayo 2006)

Lo admirable del antifranquismo es su vigencia y su influencia. El desparpajo que da la salud y la nómina.

Si yo hubiera sido antifranquista no lo diría, porque se lucha contra una dictadura de oficio, cuando es por una democracia y, conseguida ésta, ese pasado obvio del demócrata se disuelve en la discreta elegancia del silencio. También se puede haber sido antifranquista como partidario de una dictadura simétrica, en cuyo caso hay que seguir pregonándolo porque la democracia resulta inhóspita y el objetivo totalitario eternamente lejano. Con reconfortantes triunfos parciales, eso sí, sobre todo culturales. Como cuando un consejo de administración y su cuota consorte canta l’Estaca para aglutinar a un pueblo. Tranquiliza la travesía de su desierto ideológico.

El tiempo del antifranquista de guardia es el presente continuo y necesita la medalla retrospectiva como título que le exima de la contrastación pública de sus pregones con la realidad, de la crítica de terceros, o sea de la misma política. También le excusa de analizar, de pensar, aunque su objetivo último no es acomodar su páramo personal sino conseguir que la política sea un reflejo pavloviano de sus consignas, de sus reacciones, un espejo de su añoranza. Una relación especular con los demás que no quiere dejarnos más sitio que el coro de sus marchas militares.

Cuando la generación Petit de antifranquistas adoptó a ese intelectual suplente para llenar las alforjas vacías que había heredado, pareció una promoción de ascenso de un nuevo republicanismo. Pero hicieron todo lo contrario, licenciaron al prestamista de refritos y se acogieron a baldío ideológico. Volvieron al filón de sustituir el pensamiento por la emoción, el matiz por la reacción, el debate por la certeza y el riesgo de la política por la póliza de seguros de la memoria histórica.

Fue ingenuo pensar que el antifranquismo tenía fecha de caducidad, que muerto el perro se acabó la rabia. Eso era lógica política, otro país. El antifranquista es una especie que se renueva con nuevas generaciones, una licencia vitalicia para convertir opiniones ajenas en disidencias, una fábrica a pleno rendimiento de cultura popular. Se ve en las series de televisión, en la publicidad, la pana y la trenka tuneadas en prototipos de cuota y etnia que saca cada temporada. Este tipo tan actual y orgánico de anti es un okupa del poder, con el lastre de su pasado y el vacío de su futuro a nuestras espaldas, y no le queda otra salida que arreciar en sus cantos sagrados para que no le veamos en cueros mentales y políticos.

Nación y Estado

(David Lachapelle, 'Britney Spears Hot Dog Vendor', San Diego 2000, © by David LaChapelle)

1. España es una nación (supuesto)
2. Una nación se compone de geografía, historia, cultura, instituciones convertidas en usos y costumbres, relaciones, sentimiento colectivo, símbolos, identidad frente a terceros.
3. El Estado organiza y gestiona esos elementos en competencias y a través de varios modelos posibles: centralizado, desconcentrado, descentralizado.
4. Cualquiera de los elementos que componen una nación es común a sus miembros y, por tanto, no exclusivo de ninguno. Luego las competencias –titularidad jurídica de esos elementos- son propias del Estado y comunes a sus partes.
5. Por tanto, ninguna de las partes de la nación puede atribuirse la competencia exclusiva de alguno de sus elementos, ya que la y lo sustraería al resto.
6. Es naturaleza y función del Estado la gestión de esas competencias; luego es su responsabilidad evitar la tentación de atribución exclusiva por alguna de sus partes. Las Comunidades Autónomas son Estado.
7. El flamenco, la sardana, el jamón de Guijuelo y una playa son manifestaciones de una cultura común o accidente de una geografía, pero no son partes independientes de tal cultura o geografía. No son el elemento del que forman parte ni la competencia que los organiza. El ejercicio de las competencias correspondientes a cultura y geografía son:
a) ordenación y gestión cultural (y sanidad alimentaria para el jamón)
b) ordenación del territorio, urbanismo y medio ambiente.

8. Luego la titularidad y gestión del flamenco, la sardana, ese jamón y una playa son parte de su correspondiente competencia que, a su vez, no es divisible, aunque sí se puede compartir en un modelo descentralizado.
9. Las competencias exclusivas son una incongruencia en un Estado-nación (q.e.d)
10. Tener que recordar obviedades cansa pero obviarlas puede llevar a la extensión del día del orgullo friki en el calendario.