Este blog nace como un punto de encuentro y red de asociados y simpatizantes de Valencia a Ciutadans de Catalunya, invitando a los del resto de España y Europa a participar en él. CIUDADANOS LIBRES no es una estructura orgánica de Ciutadans ni representa a esa organización, sino que es una plataforma de difusión de CdC y canalización de apoyos a esa iniciativa y a todas las que luchan por la libertad de expresión, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la garantía en el ejercicio cotidiano de sus derechos.

Nuestro objetivo es contribuir a recuperar una normalidad y pluralidad democrática hoy alterada por el auge de los nacionalismos excluyentes y su dominio de la vida y opinión públicas, que nos permita invertir la actual miseria de la política para poder dedicarnos a ella. Luchar contra la confusión interesada entre tribu y modernidad es nuestro primer objetivo. Y recordar la riqueza de la diversidad social y la soberanía del ciudadano frente a la mezquindad de la nación como ficción.

El Manifiesto que aparece en este Blog -más abajo y en varios idiomas- es nuestro origen y reclamo de adhesiones al proyecto político de Ciutadans, en la aventura común de contribuir a recuperar la libertad y la dignidad como ciudadanos.

sábado, junio 10, 2006

Antifranquistas vitalicios

(Michael Hasband, 'Blue Man Group', 1991)

“Recuerdo que en mis gloriosos tiempos de heroico luchador antifranquista (ahí queda eso)...” (artículo de Vicente Jarque, ‘Levante’, 19 mayo 2006)

Lo admirable del antifranquismo es su vigencia y su influencia. El desparpajo que da la salud y la nómina.

Si yo hubiera sido antifranquista no lo diría, porque se lucha contra una dictadura de oficio, cuando es por una democracia y, conseguida ésta, ese pasado obvio del demócrata se disuelve en la discreta elegancia del silencio. También se puede haber sido antifranquista como partidario de una dictadura simétrica, en cuyo caso hay que seguir pregonándolo porque la democracia resulta inhóspita y el objetivo totalitario eternamente lejano. Con reconfortantes triunfos parciales, eso sí, sobre todo culturales. Como cuando un consejo de administración y su cuota consorte canta l’Estaca para aglutinar a un pueblo. Tranquiliza la travesía de su desierto ideológico.

El tiempo del antifranquista de guardia es el presente continuo y necesita la medalla retrospectiva como título que le exima de la contrastación pública de sus pregones con la realidad, de la crítica de terceros, o sea de la misma política. También le excusa de analizar, de pensar, aunque su objetivo último no es acomodar su páramo personal sino conseguir que la política sea un reflejo pavloviano de sus consignas, de sus reacciones, un espejo de su añoranza. Una relación especular con los demás que no quiere dejarnos más sitio que el coro de sus marchas militares.

Cuando la generación Petit de antifranquistas adoptó a ese intelectual suplente para llenar las alforjas vacías que había heredado, pareció una promoción de ascenso de un nuevo republicanismo. Pero hicieron todo lo contrario, licenciaron al prestamista de refritos y se acogieron a baldío ideológico. Volvieron al filón de sustituir el pensamiento por la emoción, el matiz por la reacción, el debate por la certeza y el riesgo de la política por la póliza de seguros de la memoria histórica.

Fue ingenuo pensar que el antifranquismo tenía fecha de caducidad, que muerto el perro se acabó la rabia. Eso era lógica política, otro país. El antifranquista es una especie que se renueva con nuevas generaciones, una licencia vitalicia para convertir opiniones ajenas en disidencias, una fábrica a pleno rendimiento de cultura popular. Se ve en las series de televisión, en la publicidad, la pana y la trenka tuneadas en prototipos de cuota y etnia que saca cada temporada. Este tipo tan actual y orgánico de anti es un okupa del poder, con el lastre de su pasado y el vacío de su futuro a nuestras espaldas, y no le queda otra salida que arreciar en sus cantos sagrados para que no le veamos en cueros mentales y políticos.